¿Qué debería hacer usted si sus hijos se encuentran físicamente violentos?



La mayoría de los padres primogénitos se muestran asombrados y comprensiblemente angustiados cuando ven a sus pequeños hijos tratar de golpearlos cuando están enojados. Muy pocos padres que esperan a su primer hijo saben que los pequeños y hermosos bebés expresan su ira con golpes y patadas mucho antes de poder caminar. La frecuencia de las agresiones físicas aumenta con la edad en los primeros tres a cuatro años de vida.

La mayor parte de los niños comienzan a utilizar la agresión física como respuesta a la frustración y como un medio para alcanzar un fin. Los primeros actos de agresividad desplegados con pares usualmente consisten en tironear el juguete de otro niño, seguido de un golpe. La agresividad física tiende a aumentar en frecuencia hasta alcanzar los 30 a 42 meses de edad.


Hay diferencias importantes entre cada uno de los niños y sus demostraciones tempranas de comportamiento agresivo: la mayoría de los niños se comportan agresivamente de forma ocasional, una minoría mostrará poca o ninguna agresividad, y aproximadamente 5% a 10% de los niños, mayormente hombres, hará uso frecuente de la agresión física.

El cuidado inadecuado de los hijos, conflictos en el hogar, y la salud mental y problemas de abuso de sustancias también están asociados con la agresividad física crónica en los niños. Las consecuencias de los actos agresivos se vuelven más serias a medida que los niños crecen y se vuelven más fuertes, y están bajo menos supervisión.
  

¿Qué podemos hacer?



La mayoría de los niños muestra comportamientos físicamente agresivos ocasionalmente, para luego aprender otros medios para expresar sus emociones y resolver conflictos. Una minoría de los niños no lo hace. Las intervenciones a una edad temprana, destinadas a ayudar a esos niños para que aprendan comportamientos adecuados y respuestas emocionales, tienen el éxito garantizado.


Se utilizan programas específicos que combinan intervención, tanto con los niños como a nivel de sus padres en los años preescolares, han resultado en una mejor formación de los hijos por parte de los padres y en un descenso en el comportamiento negativo de los niños. Las intervenciones pueden ser universales (ofrecidas a los niños en general, por ejemplo, a una sala cuna o a un jardín infantil en su conjunto), o atacar problemas específicos en los niños que los padecen. Las visitas domiciliarias desde el prenatal hasta aproximadamente los 3 años, con el fin de brindar apoyo a las familias, han demostrado su efectividad en reducir futuros problemas conductuales. 


- Regulación voluntaria de la atención y el comportamiento, incluyendo la inhibición aquél que no es adecuado y la activación del adecuado. 
Un control mediante el esfuerzo débil está asociado a la agresividad reactiva, que se refiere a reacciones guiadas por emociones más que a agresiones carentes de provocación, y con problemas conductuales de causa externa.
 - El cuidado cálido y positivo de los padres puede ayudar a reducir problemas de conducta, pero el efecto de la conducta parental se ve facilitado por el control esforzado de los niños.


Los infantes aprenden autocontrol, reciprocidad y comportamientos adecuados en parte mediante el juego con sus padres, específicamente aquellos que requieren respetar turnos, negociar, intercambio del control y dominio de sí mismos, como sucede en los juegos de contacto físico.

 En cuanto a la agresión indirecta, debiese ser reconocido que la agresión social y la relacional son conductas profundamente hirientes, perpetradas tanto por niños como por niñas. La intervención puede empezar en la edad preescolar, y debe involucrar preferentemente a padres y docentes. Las metas deben ser: enseñar cómo lidiar con la agresividad relacional, así como el desarrollo de estrategias para la construcción de relaciones y resolución de conflictos.


 Algunas de las claves que se proponen para una intervención exitosa dirigida hacia la agresividad en niños en edad parvularia son:
  1. La intervención debe incluir a los padres.
  2. La intervención debe ser flexible, aunque siempre fiel al protocolo.
  3. La intervención con los padres debe dirigirse tanto al comportamiento de los padres en el cuidado de los hijos como a los conocimientos de los padres sobre desarrollo infantil. 
  4. Las escuelas/establecimientos educacionales deben planear estrategias para involucrar a los padres en las intervenciones; las necesidades de entrenamiento del personal educativo deben evaluarse. 





















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